miércoles, 14 de febrero de 2018

Unos pinos rojos al lado de un arroyo



Por aquél entonces solía hacer tratos. Tratos que en relidad eran apuestas que tanto podía ganar como perder. Sé que las cosas, en realidad, siguen siendo lo mismo y que apenas he cambiado a peor en casi todo. No queda rastro de... en fin, de la novela con la que empezó todo esto hace diez años.

Hace diez años estaba tan lejos de cumplir cuarenta de lo que hoy estoy de cumplir cincuenta. Tenía la sensación de que todo era posible y hoy sé que casi todo es posible si estás dispuesto a dejar demasiadas cosas aparcadas un tiempo que intuyo que es para siempre.

El blog tiene exactamente diez años, un mes y un día. Y la última entrada era, en el fondo, la misma que la primera. El mismo personaje, las mismas carreteras, el mismo coche, una road movie sin fin. Una huída. Me acabo de dar cuenta. Si pudiera dar sentido a todo, creo que podría darlo ahora mismo: todo era una plan. Un plan urdido por no sé quién. A veces creo que decidimos la vida al revés. Es decir, nuestro yo del futuro se inventa unos recuerdos que pasan a ser nuestra realidad como seres recordados.

Seguramente desvarío, aunque sospecho que creer que desvarío es otro de tus trucos de tu yo del futuro para que no lo estropee todo.

Si lo pararas a pensar, es lo que más sentido tiene. Una vida al revés con tantas infinitas posibilidades para ser el que se es el último día. Un mustang y carretera, el parque Pfeifer y la cascada, los red woods y el sonido del arroyo al que juré que volvería.

Empiezo a creer que mi yo del futuro nunca coincidirá en un mismo tiempo ni en un mismo espacio con tu yo del futuro. Que, en el fondo, alguien de los dos dio por bueno este desencuentro cotidiano dentro de unos años, que yo tuve que aprender a conducir solo por carreteras que aún no conozco y que tú sabías que era mejor así como suelen saberse esas cosas: por intuición o por su propio peso.

Y mi yo del futuro siempre se arrepentirá de haberse arrepentido.

Hoy estuve a punto de proponerte un trato.

Una road movie a cambio de un puñado de palabras.



(Puede que incluso hubiera escrito el encabezado del correo)

2 comentarios:

hécuba dijo...

No sé si fue Fante el que me llevó a ti o tú el que me llevaste a Fante, pero sí sé que, después de tantos años, hay cosas que son tú y que, de algún modo, siempre lo serán: la primavera, mis primeras fotos de la playa, muchas de mis palabras, los muros, las pompas de jabón, American Beauty, más...Algún día, Bandini, llegaremos a ese sitio al que queremos ir (esto se lo he copiado a Springsteen) y quién sabe cómo será. Feliz no-aniversario del blog. Por otros diez años, 1 mes y 1 día más.

Espera a la primavera, B... dijo...

Probablemente nunca sepamos a donde queremos ir. Una de las cosas que más me gusta de Bandini es precisamente eso, que en "Pregúntale al polvo" sabe qué quiere ser y lo idealiza mientras su día a día dista mucho de ser el prólogo de esa vida que cree que un día vivirá. Pero no ceja en su empeño. Fante tampoco dejó nunca de buscar ser ese gran hombre que, en realidad acabó siendo a título póstumo. La gran suerte que tuvo fue conocer a Joyce Smart, y que él, un italoamericano, un segunda clase, supiera transmitirle esa pasión que, en realidad, no eran más que sueños.

Me gustaría creer que mis sueños un día se cumplirán, como los de Bandini, como probablemente deban cumplirse todos los sueños si se piensan tan fuerte que se queden tatuados en las pequeñas cosas de la vida.

Me gusta saber que, en parte, he dejado esas pequeñas pisadas en tu vida, como tú las has dejado en mi vida.

Siempre que viajo en autobús pienso en ti, cada vez que Springteen llega a la ciudad, cada vez que escribo en el blog, cada vez que suena Morrisey.

Y las tardes noches de verano, y cuando alguna vez he visto una luciérnaga, y cuando ceno a la fresca con amigos, o bebo cerveza en botella; cuando veo regaliz rojo, cuando veo el color de fondo de tu blog.

Y cuando hago listas.

Sigo buscando la oveja negra cuando veo un rebaño, pero no suelo.