domingo, 3 de diciembre de 2017

Tu nombre me heló la sangre, me recordó una etapa de mi vida que había querido olvidar y lo había hecho hasta que alguien que no podía relacionarnos sacó tu nombre y volvió todo a ponerlo patas arriba. En fin, nunca me había despedido, puede que esto, a pesar de que no vas a leerlo, sea aquel adiós que nunca tuvo sentido. Quizá, porque esta historia nunca sucedió como la cuento. El caso es que no sé si darte las gracias o ignorar que alguna vez compartimos algo más que un café.


Por aquellas fechas jugábamos a no ser el marido (yo) y la mujer (tú) de unos amantes que se encontraban dos veces por semana en un piso de la Segrera. Lo descubriste tú e investigaste lo que parecía evidente desde fuera. Yo sólo recibí tu llamada y acudí a la cita. Confieso que al principio te odié, supongo que porque me revelaste lo tonto que era, o lo ocupado que estaba siempre, el mal esposo que era. Pensaba en aquello tan machista de que una mujer no sale a buscar fuera lo que tiene en casa.

 Recuerdo que dijiste que querías ponerle cara al otro bando, que querías saber qué había visto ella para casarse conmigo, y qué pasó, y qué podías hacer. Porque tú le seguías queriendo y no ibas a romperlo todo en pedazos. Tenías la esperanza en que yo te ayudara, como quien busca un aliado en el enemigo, a devolver la paz al territorio tibio de las madrugadas de tu ático de la zona alta.

Yo estaba más enfadado que dispuesto a colaborar. A los hombres se nos da mal perder si es otro el que gana.

Hacía tiempo que ella se había marchado de casa. Es decir, dejó las rutinas en su sitio y fingió que el trabajo le absorbía tanto como para llegar siempre cansada. Como a mí me pasaba lo mismo, dejábamos lo nuestro entre los paréntesis de las vacaciones de verano. Nos llevábamos bien sin la presión de la pasión, éramos amigos con derecho a matrimonio, o lo que es peor, con derecho a echar la culpa a nuestras vidas de no tener vida.

Supongo que no esperabas a alguien como yo. Confieso que no esperaba a nadie como tú.

Porque ella veía en él lo que una vez vió en mí. Y él se fue con ella porque, en el fondo, le recordaba a ti.

Y sí. Somos animales de costumbres, de afinidades compartidas, de días hechos costumbre, de pequeños pequeños cambios, de veinticuatro hora conectados a una realidad que transcurre paralela a la realidad verdadera, de twitter de empresa y comer en el trabajo, en lugar de salir pronto y hacer hogar.

Aquello nuestro duró unos días, los suficientes. Yo te recordaba a él y tú eras la versión tranquila de ella.

Hasta que me fui de casa, dejé mi trabajo y abrí un nogocio propio. Al principio no me fue bien, supongo que ya lo sabes. Tardé tiempo en encontrar mi sitio, en descubrir quién era. Luego conocí a otra chica, a la que le importaba lo justo su trabajo, que tenía más amigos en la vida real que en Facebook, que organizaba cenas en casa, que sabía las calles por el nombre de los bares que tenía.

Que no sabía lo que quería.

Como yo.

Como quizás tú.

El viernes, alguien que no puede relacionarnos, dijo tu nombre en una cena. Se me heló la sangre al oírlo, tuve miedo al recordar lo pasado. Miedo de perder al hada con la que vivo, miedo de que cosas así existan, tanto miedo que hace tiempo te vi por la calle y no te dije nada queriendo creer que tú no me habías visto, pero con la certeza de que me habías reconocido e hiciste como si no.

No sé nada de ella. Nunca más hice por verla.

Nunca dije nada de que sabía lo de él.

Me fui con la convicción de que ella perdía más que yo aun sabiendo que todo el mundo creería que yo perdía más que ella., pero puede que el equivocado fuera yo. Nunca lo he pensado.

Aquel tiempo lo he borrado de mi vida. A veces sueño y salen personas de entonces. Ese día suelo estar taciturno.

Supongo que estoy alargando artificialmente el post porque en el fondo me gustaría haber podido despedirme de todo aquello.

Pero siempre me quedará la duda de cómo hubiera transcurrido mi vida si no me hubieras llamado, de cómo la decisión de otra persona puede alterar tu destino.

En que tu curiosidad por saber quién era pudo más.

En que no pensaste en mí.

Y sin embargo debería darte las gracias.


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