miércoles, 27 de abril de 2016

Gnouma



Buscábamos la manera de salir del laberinto, ella iba delante de mi, no sé por qué siempre cierro los grupos, quizá porque soy muy de mirar hacia atrás y en seguida me percato de si alguien me persigue. Un laberinto es todo lo contrario: no es alguien que te sigue, siempre es alguien que te acecha. Es una trampa, y como tal, no tiene salida, sólo es una ruleta a la que juegas sin muchos visos de tener suerte.

Llegados a este punto debería decir que yo nunca tengo suerte.

Aunque lo parezca.

Hace tiempo que he aprendido a dominar el futuro como el que doma a un caballo. No sé si decir que me he iniciado en un arte antiguo que moldea lo que está por llegar... 

... quizá por eso sé que los laberintos escapan a toda lógica.

Las espirales tienen su propia gravedad y saben engullir lo que cae en su radio de acción.

Pero el caso es que estábamos allí, supongo que yo iba detrás para protegerla en caso de que nos alcanzaran. 

Y supongo también que encontramos la salida por casualidad y que pudimos ser felices para siempre gracias a esa propensión a saber crear nuestro propio futuro.

Pero a veces me pregunto si, en realidad, no estamos aquí para aprender a sortear obstáculos y que conocer cómo ir por atajos no es una trampa... una ayuda extra para un examen del que no conocemos las respuestas.

El mapa de un tesoro que pierde valor a medida que vamos acercándonos a él.


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