martes, 23 de junio de 2015

La hoguera donde quemé mi deseo


Años más tarde me confesaría que la noche en que la conocí había estrenado un wonderbra. Y yo que creía que me había conquistado su sonrisa... todos los hombres somos iguales. Algunos más iguales que otros, pero ¿qué le voy a hacer? Supongo que aprendí a leer su cuerpo con las manos y me volví un estudiante aplicado, eso es todo.

O eso debería haber sido todo. Yo creo que uno se enamora precisamente cuando no quiere hacerlo, que es algo así como una gripe; sabes que salir a la calle sin chaqueta te puede costar una pulmonía, pero sales igualmente porque tienes la estúpida creencia de que ese día las leyes de la naturaleza no funcionan contigo. Y a mí me pasa eso, yo ya sé que no debo quedar una segunda vez, que un virus al que no soy inmune anda suelto. El segundo día llevaba puesta una sonrisa en lugar del wonderbra. Lo hubiera preferido. No tuve escapatoria.

Y de haberla tenido no hubiera intentado escapar.

Supongo.

2 comentarios:

Sonsoles dijo...

Preciosidad de reunión de palabras, amigo. Me ha encantado.
Besos

Espera a la primavera, B... dijo...

A mí, ya lo sabe, me gustaría escribir desde el corazón, no lo consigo nunca. A veces me paso por su blog y me quedaría allí, como delante de una chimenea un día de frío y viento y quizá nieve, con madera que cruja al levantarse uno del suelo y esas cosas que viven en uno y que se mueren sólo cuando uno se muere.