No puedo negar que me hubiera gustado despedirme. Haberte abrazado con fuerza y haberte dado un beso que nos sirviera de argumento para echarnos de menos el uno al otro, pero no soy mucho de demostrar afectos, quizá lo haya heredado de toda la estirpe de hombres y mujeres de cuerpo de piedra y mirada de hierro del que voy a ser un último vestigio.
Y le peor de todo, es que es mejor así. Me gustaría odiarte de menos, pero no puedo. Hace tiempo que comprendí que para olvidar es necesario tener antes un recuerdo y desde entonces intento recordar lo menos posible, aún a costa de alejar de mí todo lo bueno.
Mentiría si dijera que no te quise. Mucho más de lo que crees.
Pero no arriesgué porque tú también estás hecha de ese metal casi negro que sólo brilla en la oscuridad.
Quizá dentro de unos años seamos un número en una lista de los que pasaron fugaces por nuestra vida... supongo que se me pasará ese dolor en cuanto vuelvan las cosas a su sitio.
Tal vez eso sea lo más terrible. Que las cosas vuelvan a ser lo que eran, que nada cambie de verdad, que esto sea, en realidad, una tregua, una felicidad momentánea en medio de esta guerra que siempre acaba por ganar la tristeza.
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