martes, 12 de agosto de 2014

Porque si las luces se apagan y me quedo solo, es decir, conmigo mismo, pero sin ti, a veces debo cerrar los ojos aunque esté a oscuras porque una tenue luz que me iluminara por sorpresa me molestaría y dejaría de parecerme la soledad tan oscura y tan sin ti y ¿sabes? creo que no podría soportar eso, que haya vida, o luz, o esperanza de que exista en alguna parte, en algún tiempo.


Yo sé que usted sabe lo mucho que la quería. Sé que lo sabe porque no puede no saberlo, porque a mí se me notaba en el rostro cuando notaba su presencia, y yo sé que usted me quería porque se le notaba en los ojos, y ¿sabe? también creo que a los dos se nos notaba desde afuera la camaradería, y quizá eso sea precisamente lo que más eche de menos; eso de saber que ambos estábamos ahí, sin prejuicios, con los miedos justos y las certezas a flor de piel cuando usted venía y me abrazaba como una enredadera y yo me quedaba quieto porque intuía que necesitaba algo sólido a lo que agarrarse.

No sé si el amor es eso, intuir primero y hacer después lo que a uno le sale de dentro, como si ese lenguaje sólo pudiera hablarse con poca luz lo más cerca posible el uno del otro, reconociendo en el otro las huellas dactilares del cuerpo ajeno como propio y bajando la voz hasta hacerse susurro.

Pero no puedo evitar ser aquello para lo que nací, y un hombre nace para tener cuerpo de piedra y adorar a lunas de hierro. Todo lo demás es cambio. Y uno cambia sólo cuando aprende porque aprender es ir forjando a base de golpes aquello que no se puede cambiar sólo con la voluntad. 

Yo aprendí que dejar marchar a quien se ama no sirve para nada y que la tristeza es sólo el síntoma de un dolor mucho mayor, como lo es la fiebre de la enfermedad que nos ha de matar. Con el tiempo la fui olvidando, no porque yo quisiera, sino porque era inevitable que volviera a vivir otros presentes mucho más inmediatos que su recuerdo, sin embargo aún, de vez en cuando, la recuerdo tan físicamente que tardo en darme cuenta que es mejor no pensar.

Pero a veces me acuerdo de usted.

Y de la camaradería que regentaban nuestros cuerpos.

Y de la voz que se hacía susurro.

Y del destino que nunca fue.

No hay comentarios: