viernes, 29 de noviembre de 2013

La libertad es un precipicio del que se sale con alas


Esta semana encontré en nuestro rincón un escrito que creías haber borrado. Ya ves, con todo lo que ha diluido el tiempo y Microsoft empeñándose en seguir siendo el diablo. Una carta. Dirigida a mí. En la que me decías lo que yo ya había escuchado en boca del silencio. Es bien sabido que el silencio siempre supo más por viejo que por Windows.

No supe qué decir, tan muerto de miedo se quedó el bicho que vagamos él y yo por el teclado sin rumbo ni ni fijo ni variable, llamé a la mujer de los cien años de palabras y me dijo "seguro que hay más", así que me puse a descender hasta la oscuridad donde quedó nuestro pasado, lleno de baúles donde el polvo esconde cosas, por si te hubieras dejado alguna con la intención de que yo viniera a buscarla, y encontré un camino de piedras blancas puestas allí para, por si algún día te decidías a volver, saber que existía un camino.

Ha llovido una inmensidad desde entonces, y no volviste hacia atrás. Quizá aquella vez que me llamaste fue un intento de ver hasta dónde habíamos llegado cada uno de lejos, estábamos muy pequeños en el horizonte ya. Tú te habías ido a vivir con tu novio de entonces, yo quizá pasé las peores navidades de mi infancia. Será que, en la vida, nunca se puede regresar, debe ser que es por eso que uno evoca, y recuerda, a veces sueña, que se es otro que ya no existe. Y escribe en blogs que casi nadie lee.

Esta semana me di cuenta de que no rompimos cuando nos dijimos adiós sino cuando decidimos ser otros muy distintos de los que fuimos.

Y fue entender eso y me convertí en otra persona. Y empecé a escribir en otro blog, que esta vez sé seguro que nadie más lee, y me liberé de ser el que nunca perdía la esperanza.

Y me alegré de que te fueras tan lejos, y de que yo... pudiera volver a enamorarme.

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