jueves, 21 de noviembre de 2013

Cuando sólo quede la ternura


Tu voz suena extraña al otro lado del teléfono. Me pregunto dónde ha ido toda aquella pasión que sentía por ti, por estar cerca de ti, por volver verte una y otra vez. Si alguna vez he sentido algo más fuerte que la necesidad de seguir vivo fueron esos años de luz oscura con la que me iluminaban todos los dioses crueles cada vez que tu nombre salía de alguna boca. Y desapareciste. Y te casaste. Y tuviste hijos.

O desaparí yo, o me casé yo, no eso no, tampoco tuve hijos. De vez en cuando coincidíamos en fiestas, a tu marido yo le caía simpático, me invitaba a vuestra casa, hicimos un negocio juntos, me abría una ventana a las cosas que hacíais, a dónde ibais, no sabría decir el porqué, pero siempre acaban por confiarse a mí personas a las que apenas conozco. Creo que fui el primero en saber que tu marido empezaba a odiarte, lo intuí una tarde, en la cadencia distinta al pronunciar cada una de las tres sílabas de tu nombre. Para entonces yo ya había renunciado a ti, pero ese día volvió la luz oscura, y el recuerdo de tu piel, y las sábanas revueltas y follar hasta el amanecer, y el escalofrío cuando no me cogías el móvil, y el alivio de tu nombre el su pantalla un rato más tarde, y el amor de tu boca por mi polla, y la necesidad de ti, y el terror a ti.

Tu marido no supo el porqué, pero ante la inminencia de vuestro desastre volví a desaparecer. La excusa fue una mujer (si te he de ser sincero no me acuerdo de quién), el odio siguió su curso, el odio es un torrente que se desborda y lo inunda todo y os inundó a los dos. Yo estaba en Munich cuando me llamaste, lo recuerdo porque aquel día la luz dejó de ser oscura, primavera en diciembre, lo recuerdo: se me quedaron colores tatuados en el fondo de la retina. 

Y volvió de nuevo el vértigo de verte. Yo entonces estaba con otra chica, tenía las piernas largas y bonitas, le decía que me quedaba hasta tarde en ele trabajo y en realidad iba a verte a ti, a ese piso en el Eixample al que te mudaste.

Pero desaparecí otra vez, o desapareciste tú. O me casé, o te casaste de nuevo tú. 

Pero ayer llamaste. Tu voz era la de otra persona, otra por la que la no se oscurece el sol cuando una voz provoca tu nombre en mi cabeza. Hablamos como dos viejos amigos, que supongo que es lo que podríamos ser ahora. A mí la vida me fue cansando como un boxeador a su rival más experto, sé que un día de éstos me va a golpear de lleno. A ti la vida te volvió más selectiva, te curó la locura. 

A mí me gustabas porque estabas loca, supongo que yo a ti porque hasta ayer no me había rendido nunca.


1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué bien! ¡Has vuelto a escribir!
Reconozco que volví a entrar en el blog sin ninguna esperanza...