lunes, 17 de junio de 2013

Una librería en el casco antiguo


El sábado recibí una llamada de muy lejos, tan lejos que el tiempo y la distancia se juntaron en una línea; como el cielo y el mar lo hacen en el horizonte. Creo que si fuera hacia ese lugar no llegaría nunca y, a pesar de haber vivido meses intensos a la luz y el calor de su fuego, empiezo a pensar que el recuerdo sólo es un viaje hacia ese punto sobre el horizonte; y que lo único que hago es admirar una y otra vez, puesta de sol tras puesta de sol, lo que pudo haber sido a través de los rastros de lo que sí fue.

No voy a reproducir la llamada ni la melancolía que me caló hasta los huesos. El sábado hacía calor y me apetecía comerme una gran porción de primavera por lo decidí que no iba a afectarme más que lo estrictamente necesario, pensé que mi vida era ésta y era la que había querido que fuera, que era fruto de todas las decisiones que había tomado, de todos los proyectos que tenía entre manos y que, si bien la vida está determinada por las decisiones propias, también están las de los demás, y ahí tenemos poco qué decir. Que me llamara, ya fue en sí mismo, una sorpresa, fue como cuando la conocí: encontrar un santuario secreto de mariposas azules en un frondoso y silencioso rincón del bosque. Quizá me sentí bien y mal al mismo tiempo, como cuando una parte de tu cuerpo está expuesto a calor y otra a un frío intenso. Me pregunto si de haber reconocido el número desde el que llamaba hubiera descolgado el teléfono. Pero lo hice y quise quedarme tranquilo, en paz. Como si eso se pudiera forzar...

El subconsciente no entiende de órdenes. Así que durante dos noches he tenido sueños en los que aparecía ella. Y eso es muy extraño por dos motivos: Uno, no suelo recordar mis sueños; y dos, en todos estos años no había soñado con ella ni una sola vez. Puede que los sueños no tengan un significado concreto y que ella no sea, en realidad, ella; sino que uno de los personajes hubiera adoptado su forma aprovechando su llamada del sábado. No sabría qué pensar respecto a eso. Sólo decir que en el sueño ambos habíamos encontrado una paz por separado, ninguno de los dos llevábamos la vida de entonces, ni la ciudad era la misma, ni tan siquiera ninguno de los dos era el mismo. Es extraño lo vívido de algunos sueños, las texturas, los olores, los sonidos... parecen tan reales...

El domingo por la mañana Avellaneda me había enviado un vídeo al correo. Me emocionó hasta que se me saltaron las lágrimas. No sólo por el homenaje a Montserrat Figueras sino por el sincero afecto de los que la conocieron y por el profundo amor que se le notaba a Jordi Savall cuando hablaba de ella. Me pregunté hasta qué punto es consciente una persona de lo mucho que es querida por alguien y qué clase de contradicciones se desatan dentro del que sospecha que es amado con esa constante y pacífica pasión. No sabría decir el porqué, pero esa pregunta me creó cierto desasosiego, me trasladó a un lugar del que había huido hacía mucho tiempo y estuve toda la tarde del domingo pensativo, ordenando cosas por la casa, pero sintiendo un entumecimiento interno, como si para poder conocer la respuesta, debiera convertirme en algo así como de cartón piedra.

Pero ahora ha llegado otro tiempo, una oportunidad que se cierra es, en realidad, una oportunidad que se abre frente a nosotros. Sé que el tiempo no sólo acaba curando las heridas que uno no quiso nunca hacerse a sí mismo. Sé que Avellaneda nunca sabrá cuánto ni cómo llegué a quererla ni qué dolorosa fue su marcha a pesar de que haya escrito anteriormente que me había sido soportable, tampoco sabrá que, en realidad, conocerla supuso un antes y un después en cómo quería que fuera mi futuro.

Sé que el tiempo juega en mi contra, pero no puedo dejar de pensar en que en algún lugar encontraré la paz a la que sentí haber llegado en mi sueño.

Sólo eso. Paz. Ahora ya sé que existe y puedo sentirla, porque la he mirado a los ojos en un sueño y la he escuchado en la voz dulce de Montse Figueras y en el lamento de la viola de Jordi Savall

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