lunes, 18 de abril de 2011

El ocaso del samurai


Todo se acaba. Otra vez. Siempre de la misma forma. Algo me dice que posiblemente yo tenga la culpa.

Cansado. Estoy terriblemente cansado. Se me han agrietado los huesos de nuevo. Otra vez tener que decir adiós a quien se quiere porque todo es mentira. Otra vez tener que decir adiós a los amigos, dejar que pase el tiempo. Volver a la caverna, encender el fuego y pintar bisontes, mamuts, ciervos...

Otra vez la vieja sirena se convierte en pez, otra vez romper el séptimo sello y desencadenar el apocalipsis, otra vez volver al martillo y al hierro, caer desde tan alto sabiendo que el suelo va a romper los mismos huesos por los mismos sitios. Otra vez el silencio y otra vez el resplandor en la noche y las ganas de que todo termine de una vez.

Otra vez tener que escribir las palabras que tanto duelen, otra vez, la última vez.

Me pongo la armadura de corcho. Brilla como si fuera de oro, codician mi piel aceros avaros de yelmos oxidados, miro a las nubes (no hay nada que me guste más que tener la cabeza en ellas) y miro los campos verdes, a los almendros cargados de promesas, el rumor del viento devolviéndome las voces perdidas... es un bonito día para batirse en duelo. No hay nada mejor que morir con honor.

Debo dejar de morir por ella, me digo. Debo dejar abrirme en canal y debo dejar de sucumbir a la estúpida esperanza. Veo ante mí el ocaso de los hombres adscritos a códigos de honor que no sirven en estos tiempos de mezquinas finanzas y márketing de sopa de sobre.

Tal vez la vida sea así pero yo no lo soy. No me defiendo cuando la primera espada se hunde en mi carne, ni grito cuando se parte en dos mi alma, mi herida absorbe la luz con ansia y me parece tan hermosa la muerte...

... después de muerto me lo parece aún más.


Si lo hubiese sabido antes...

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