miércoles, 30 de septiembre de 2009

Volar


Aterrizo como uno de aquellos aviones de papel que solía hacer volar cuando era niño. Entonces ya sabía que la aeronáutica no iba a ser mi modo de vida, y quizá entonces fue cuando empecé a soñar con ser algo que tuviera que ver con las palabras. El arte y oficio de fabricar aviones de papel era demasiado inexacto; para mí la exactitud estaba en las historias que leía en los libros.

¿Fui un niño solitario? En absoluto, jugué y corrí con los otros niños del colegio y con los del edificio donde vivían mis padres. Pasaba horas jugando en la calle. A pesar de ello, siempre viví como si viera el mundo detrás de un escaparate, como si mi vida fuese sólo mía y no cupiera nada ni nadie más.

Quizá por eso hoy aterrizo, con un golpe seco, cayendo de morro, como un avión de papel. Dispuesto a que me recojan del suelo, me echen aliento en la cara y tenga otra oportunidad para vencer la gravedad, para sostenerme a través del aire mediante un sortilegio que no había funcionado en el vuelo anterior. Aquel optimismo que de niños, nos llevaba a imaginar que lo que no funciona puede funcionar a la vez siguiente.

Supongo que la esperanza es eso: volver a tirar una y otra vez el mismo avión de papel, haciéndole cortes en las alas, atusándole la punta, poniendo celo para que las alas no se separen, arrancar una hoja de la libreta para hacer otro avión más perfecto, comprar una cartulina y doblarla, salir al balcón y tirarlo desde muy arriba y asomarse a la barandilla para ver como cae. Supongo que eso es la esperanza: perserverar con la ilusión de que en uno de esos vuelos iremos montados nosotros en el papel o que seremos el avión.

Llevo días sin poder escribir. Llevo días sin encontrar dentro de mi cabeza el camino de salida del laberinto. Mi vida ha entrado en una dimensión de realidad y yo no sé ser real. Siempre he sido un soñador de historias, un oyente, lector, imaginador, de personajes y de circunstancias. Siempre he sido un habitante del otro lado de la luna.

Necesito mi dosis personal de tristeza, necesito saber quién soy de vez en cuando, que se me derramen las palabras hasta que formen un charco escrito. Necesito saber que mi alma tiene ese espacio propio para poder observar el mundo con apresurada calma.

Las palabras me han servido para poder llegar hasta ti. De no ser por ellas no hubiese habido ninguna posibilidad de que pudiera salir de mi mundo y poder rozar el tuyo. Poder recuperar las palabras... necesito poder recuperarlas de nuevo, necesito que aquello que vivía en mí pueda volver a ser como antes. Necesito saber que aún me lees.


miércoles, 23 de septiembre de 2009

Manostijeras


Tal vez (sólo tal vez) exista un lugar donde no tener que llegar ni del que esconderse, quizá exista un lugar en el que uno no se encuentre, de repente, de la mañana a la noche, aturdido y descentrado, en medio de una calle tan conocida como desconocida. Es más, quisiera que el espacio y el tiempo fueran tan sólidos como el escaparate de una joyería, quisiera ser esa burbuja de aire que se quedó atrapada ahí, en medio del grueso cristal, enfriándose, al que el experto en calidad, después de examinarla y dudar un instante, diera la lámina por buena, pensando que una burbuja no hace nada malo exisitiendo ad eternum en medio de un océano de fría e impentrable dureza.

El otro día, en el tren (he estado varios días sin poder conducir) una señora llevaba una cesta de la compra, sobresalían por encima una caja de cartón con media docena de huevos (recordad que siempre hay que poner lo más frágil arriba y lo más resistente abajo), quizá fue porque esperaba que un cliente me volviera a llamar, quizá fuera porque estaba algo mareado, el caso es que pensé que a veces uno cree que lo que uno quiere es lo que está como dentro de un huevo y lo casca para tenerlo, pero no es lo que uno estaba buscando, uno se da cuenta de que la esencia no estaba dentro, era el huevo intacto en la mano. Sí, ya sé que resulta raro lo de pensar en huevos cuando uno va en tren, pero qué le voy a hacer, supongo que el incidente de la pierna me ha hecho relentizar un poco todo, supongo que viajar con gente desconocida, depender de horarios y vías, dejar para más adelante tareas del todo urgentes, es como sentarse a contemplar las pequeñas cosas.

Las nueve. Voy a llamar a ese cliente que me no quiere, a esa casa de válvulas que está a mi disposición cuando usted quiera pero que se encoje de hombros cuando le pregunto cuál de ellas hay que sustituir en mi corazón para que éste funcione como un reloj.
Hoy es un día extaño, repleto de trabajo atrasado y de facturas que hacer y envíos que cursar; visitas que hacer, sábanas que añorar.

martes, 15 de septiembre de 2009

Emailssímissimos


En primer lugar quisiera decir que mi ausencia ha sido producto de varios afortunados y desafortunados sucesos.
Desafortunados:
- Accidente (sin rotura ósea), paso por el hospital y pierna maltrecha
- Debido al accidente no puedo conducir, eso requiere de desplazamientos en medios públicos.
- A causa del accidente tomo una pastillas para el dolor que ya quisieran muchos camellos tenerlas en su catálogo.

Afortunados:
- Desplazamientos para ver a la chica de la bicicleta.
- Empieza a moverse un poco el mercado y por tanto trabajo algo más.
- Infinidad de contactos para captar más trabajo.

Prometo responder a los correos uno por uno, en especial a uno. No suelo ser de los que desaparecen así de un día para otro, aunque alguna vez, de forma inexplicable, lo haya hecho.

Son días de vértigo y movimiento. Son esos días que uno recuerda como el inicio de algo, muchos años después, cuando se mira hacia atrás.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El sonido de las esferas


Me dice que somos del viento. Yo me pregunto que si de un viento tan fuerte que lo pueda arrastrar todo bien lejos. Ella permanece en silencio y eso que dijo se queda suspendido ahí, cada vez con más peso, hasta que se vuelve del todo sólido, como si el silencio diera consistencia a las últimas palabras pronunicadas, como si el silencio fuese una batidora que dejase el aire a punto de nieve.

Mira hacia otra parte mientras juega con las llaves. Pasa una por una por la anilla que las une, las deja caer encima de la mesa desde una altura que sólo se puede medir en latidos y luego las vuelve a coger y las vuelve a pasar. La otra parte a la que mira es a la ventana; pero no a lo que hay fuera, sino al cristal de la ventana, como si éste fuera opaco, como si fuese una pantalla de cine donde va proyectando y dando forma a lo que le pasa por la cabeza. No dice nada más, sólo eso de que somos viento. Suspira. Suspira en círculos, como esas volutas de humo que algunos fumadores habilidosos son capaces de crear.

Pasan treinta segundos que parecen dos horas. Una moto pasa por la calle haciendo un estruendo amortiguado por la doble cámara de la ventana que le hace de pantalla, luego me mira y dice que se va. "Me voy antes de que no pueda despegarme de ti, antes de que caiga en la cuenta de que sabía desde el principio que esto nuestro era un disparate. Somos muy diferentes tú y yo, somos dos solitarios que de vez en cuando tenemos que buscar a otro, buscar un abrazo con el que engañarnos y creer que todavía somos capaces de sentir como el resto de las personas. Pero eso es sólo un amor de subsistencia, eso es el amor de los que no saben amar. Así que aquí acaba todo".

Le digo que la quiero y que eso que dice es la excusa perfecta, le digo que es una cobarde, una inmadura, una niña que se cansa del juguete porque sabe que puede comprar otro, que los niños de hoy son tan caprichosos porque saben que pueden tener lo que deseen, y que ella es una consumidora de hombres, que quizá por eso los confunda cuando me habla de ellos, que quizá por eso me llama, a veces, por un nombre que no es el mío. "No es eso. Sólo es que tarde o temprano dejaré de quererte" me dice. Y claro, luego tendrás que deshacerte de mí y eso mancha las manos y huele a basura, le digo. "Eso es un golpe bajo" me dice. Sé que lo es pero me digo que estoy harto de perder siempre por jugar limpio mientras los demás me tiran tierra a los ojos o dan por supuesto que soy como ellos dicen que soy.

Se levanta de la silla, se mete las llaves en el bolso y dice que se va. Le digo que no se vaya, que tendrá tiempo de hacerlo cuando se canse de mí. "Tengo miedo de no cansarme de ti" me dice. "Entonces no te canses de mí" le digo mientras la cojo por la cintura. Y me sonríe. "Siempre tienes una palabra adecuada para cada momento" me dice. "Tú siempre haces que tenga una palabra adecuada para poder acercarme a ti" le digo. "Eres un encantador de serpientes" me dice divertida. "Nunca he sabido si es el fakir el que hipnotiza a la cobra o es la cobra la que mantiene al fakir hipnotizado" le digo. "¿Ves como siempre tienes una palabra a punto?" me dice. Le sonrío. Y le doy un beso. Y la cojo de la mano y la llevo hasta mi cama.