jueves, 28 de febrero de 2008

La mafia blanca


Era ella, se había teñido el pelo del color del trigo pero era inconfundible, al menos para mí, y conducía un Blobster de color burdeos (deberían condenar al tipo que decidió ponerle ese color a ese coche a un curso de cien horas en estética y buen gusto y después darle una pistola). No me vió o sí lo hizo pero pensó que si mostraba algún gesto de sorpresa que yo pudiera ver tendría que parar y decirme que me fuera. Sí, debió de verme y decidió que no me había visto. Eso es. Y si yo no hubiera hecho un pacto con Cris probablemente eso hubiera sido lo mejor. Pero, maldita sea, tenía algo que decirle. Tenía que decirle que su Cris, que nuestro Cris, era un muchacho estupendo, alguien muy diferente a nosotros dos, no iba a ser un perdedor, a no ser que... a no ser que el bicho se apoderara de él. "Maldita sea, tenías que haber parado. Tenías que saberlo".
Se perdió calle arriba. Me quedé mirándola con un grito ahogado en la garganta y con el número de su matrícula abrasándome el cerebro. Tenía una mínima información y eso para alguien como yo era como el hilo del que tirar para deshacer el jersey. La ciudad es grande, pero no lo suficiente, es cuestión de días. Pronto averiguaré dónde vives, de quién es ese coche y me tendrás llamando a la puerta de tu casa vestido de vendedor de aspiradoras y no tendrás más remedio que oírme.
El hecho de verla en el coche y no en un autobús me indujo a pensar que alguien selo habría prestado. Un Blobster rojo era el tipo de vehículo que conduciría un hombre de mediana edad con un buen trabajo, quizá viviera en una bonita casa a las afueras o en un apartamento caro en el centro. El hecho de que ella lo condujera me hizo pensar que lo había cogido para bajar a la ciudad. Entonces... "entonces vives en una urbanización".
No conocía la ciudad y se estaba haciendo tarde. No tenía dónde alojarme y me quedaba muy poco dinero. Volver al coche, regresar a mi ciudad (a doscientos kilómetros) y recoger mis cosas para volver aquí de nuevo me costaría un día como mínimo. No lo había hecho bien. ¿Dónde tienes la cabeza? Busqué un hotel en un barrio bien, a diez minutos del centro en autobús. Dejé mi coche en la puerta del hotel y entré. El recepcionista me miró con esa superioridad que siempre demuestran cuando les entra un vagabundo a pedir unas monedas. Le pedí una habitación y le enseñe el carnet falso que llevo para este tipo de emergencias. Dió un respingo cuando vió el nombre, me miró y me dió la habitación con mejores vistas según dijo. No se atrevió a decirme nada, siempre es así, nunca nadie pregunta nada cuando enseño ese carnet falso, ni siquiera lo comprueban, es como una llave maestra, nadie le niega nada a alguien que lleva sobre sus hombros la maldición de llamarse... "El desayuno se sirve a las siete, sr. Hitler" me dijo mientras se cerraban las puertas del ascensor. No pude reprimir la risa ni sentir un desprecio por él, sólo parecido al que me tuvo a mí al verme entrar en el vestíbulo. ¿Qué pasará ahora por su mente? me pregunté. Entré en la habitación y me tumbé vestido en la cama. Dormité unos minutos hasta que la penumbra se convirtió en oscuridad. Me rehice, me desnudé y me di una ducha. No había comido nada en todo el día, el bicho estaba cansado, volví a vestirme con la misma ropa y bajé al comedor. Cené como hacía días que no lo hacía... luego café y puro... salí del restaurante del hotel tan lleno que pensaba que en cualquier momento se me saldría el ombligo para fuera. Fui hacia la recepción para pedir que me llamaran a las seis y media. Al vestíbulo llegaba desde alguna parte desconocida, el sonido armónico de un piano. Le pregunté al recepcionista "llámeme Gustav, sr. Hitler" de dónde procedía la música. Movió la cabeza hacia una puerta. Me dirigí hacia allí: la puerta daba al ambigú del hotel, en donde un tipo calentaba los dedos. Estaba oscuro. Sólo la barra estaba iluminada por unas diminutas bombillas halógenas. Me senté en un taburete. "¿Qué desea?" Algo sin alcohol, algo digestivo, algo de lo que se pudiera reír el bicho "¿Qué has pedido qué? ¿Una infusión? ja, ja, ja, ja, menudo tipo duro, ¿qué será lo próximo?¿un agua mineral con gas?" Pedí un Ginger Ale. El bicho se calló cuando un foco iluminó la figura de una mujer que hasta ese momento permanecía en la sombra. Se acercó al piano cabizbaja. El pianista empezó a tocar algo y ella le siguió con una voz sucia y limpia al mismo timpo, una voz negra en una boca roja de mujer blanca, sí, empezó a decir cosas y a contar otras, y lo mejor de todo es que tardé en reconocer quién era. Disfruté del concierto y me bebí hasta la última gota de aquel delicado artificio al que me transportaba su voz rota. Cuando terminó, se retiró a cambiarse. La esperé. Cuando ya salía por la puerta le corté el paso sin brusquedad. "Hola, aún me tienes que explicar quién era el tipo ese de esta tarde, me gusta saber a quien tengo el gusto de atizar y estaría bien que también me aclararas por qué". La chica que por la tarde me había servido la copa que nunca bebí y a la que libré del tipo de la gabardina negra no pareció sorprenderse. Me sonrió como lo hiciera por la tarde. "Le diste bien. No creo que lo olvide. Era el hijo de J..." "¿Quién es el hijo de J...?" pregunté. "¿Es que no has oído hablar de la mafia blanca?". "No" le dije. "Vamos a un lugar donde te lo pueda contar sin que nos vean" me dijo. "En mi habitación nadie nos verá".

YouTube - Amy Winehouse - Love Is A Losing Game [Official Music Video]

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miércoles, 27 de febrero de 2008

Life is a losing game

Tal vez, en un lugar que aún no conozco, exista la posibilidad de dejar de perder, de levantar cabeza de una vez por todas; de poder mirarme y sentir que soy alguien normal; dejar a un lado al bicho, no estar enganchado a ella, mirar a los demás con algo distinto al odio o a la indiferencia, un lugar como el parque al que llevaba a Cris cuando era un renacuajo, me cogía de la mano y me llamaba por mi nombre, un lugar en el que no exisistieran las apariencias ni los prejuicios. Debería haber un lugar en el que no fuera necesario esconderse. Debería haber un lugar en el que la muerte no fuera la felicidad.

YouTube - Amy Winehouse -You Know I'm No Good

lunes, 25 de febrero de 2008

Regla número uno: Haz el bien aunque para ello tengas que hacer el mal



Era decepción o algo que se le parecía tanto que me provocaba la misma sensación, y es que mi cuerpo entiende poco de matices y sí de fríos repentinos o de calenturas furiosas... no sabía si sentía rabia o tristeza (o algo que era como las dos al mismo tiempo) y me dieron ganas de destrozar la ciudad a puñetazos y echarme a llorar y salir corriendo en cualquier dirección, todo con la misma intensidad y con un mismo sufrimiento. Pero me quedé de pie y no dije nada. Dí las gracias por las molestias y quizá hasta con demasiada lentitud me di la vuelta y salí de la pensión. Había logrado encontrarla pero ya se había ido. Antes de marcharse le dejó bien claro al viejo recepcionista que la correspondencia que le llegara debía quemarla puesto que no dejaba ninguna dirección a la que reenviarlas. Además, le había dicho que si venía un tipo muy grande debería decirle que se olvidara de ella, que para él había muerto y que no debía seguir buscándola porque había abandonado esa ciudad y que tal vez incluso el país. Había elegido bien al mensajero. Sabía que nunca trataría de sacarle información a golpes a un anciano y que a cierta edad se tiene la osadía de no callar según que cosas. El viejo todavía me preguntó a voz en grito si la chica guapa era mi mujer. Pero yo ya estaba en la calle, aturdido, como cuando te dan bien en la cabeza y no tienes donde agarrarte. El bicho se reía de mí y era cruel en lo que decía. Maldito bicho a quien no puedo aplastar el cráneo.
Sentía no poder dar buenas noticias a Cris, desde que vino a buscarme al barrio viejo nos habíamos visto un par de veces. Habíamos planeado cómo buscar a su madre y el chico había dado muestras de tener mucha más inteligencia que yo. Era buen estudiante, listo, noble. Mirarle a los ojos era ver cumplidas todas aquellas esperanzas que tenía acerca de él para cuando creciese. Estaba ilusionado, tenía en el fondo de sus ojos el brillo de los que aún creen que todo es posible. "¿Por qué crees que podemos encontrar a tu madre?" le pregunté. "¿Por qué no?" me sonrió. Estaba verdaderamente convencido de que su madre dejaría algún rastro para que él pudiera encontrarlo y llegar hasta ella. Pero no era así. Ella había sido lo bastante lista para saber que tarde o temprano buscaría entre las pensiones baratas de aquella ciudad a una mujer igual a ella, y lo había previsto todo, ganaría un poco de dinero y entonces... entonces se iría a cualquier otro sitio borrando todas las huellas, dejándome con la imposibilidad de ir más allá de donde ella quisiese.
Caminé sin un rumbo fijo por las calles de otro barrio viejo de esa otra ciudad, tan iguales a las del mío que hubo un momento que creía que acabaría llegando a la puerta del hotelucho donde tengo alquilada la habitación. Supongo que pasaron un par de horas antes de que entrara en un bar decorado haría treinta años pero, a diferencia de lo que suele pasar en estos antros, sorprendentemente limpio. Me senté en una mesa y vino una camarera joven, no tendría más de veinte años, a tomar nota. Por su acento debía ser extranjera. Todo el mundo, últimamente parece ser extranjero, ya ningún sitio es tu sitio. Le pedí un whisky con hielo. Había decidido tirarlo todo por la borda.
La chica trajo la copa y uno de esos recipientes minúsculos con cacahuetes. Me los puso encima de la mesa y me sonrió. Debía de llevar poco tiempo en el oficio. Sólo sonríen los novatos. La chica volvió detrás de la barra. Cantaba una canción de moda, parecía estar alegre y de alguna forma lo transmitía no sólo al cantar, sino al moverse. De vez en cuando me miraba y sonreía. Cuando eres un tipo grande que suele inspirar miedo a los demás, ese tipo de cosas, de sonrisas, se valoran un poco más.
Se abrió la puerta y ella dejó de cantar, diría que se asustó al ver a quien entraba. Un tipo con gabardina negra pasó por mi lado. Era un tipo siniestro, una de esas personas que enseguida intuyes que llevan el mal en la sangre, se acercó a la muchacha y le susurró algo. Estaba realmente asustada. Ella le contestó algo que no llegué a oír pero que tenía toda la pinta de tratarse de una negativa a algo. El hombre de la gabardina negra hizo un rápido movimiento y sujetó una de las manos de la chica que, dejó caer el vaso que sostenía. El tipo debía tener unos treinta y cinco o cuarenta años y sonreía satisfecho al ver el miedo en el rostro de la chica.
Me levanté haciendo el suficiente ruído con la silla para llamar la atención del hombre y me dirigí a él. Éramos casi de la misma estatura. Me miró de reojo y dejó de sonreír. "No es asunto tuyo" me dijo con seguridad. "Tienes razón, no es asunto mío... pero eso no me hace falta para pedirte que dejes a esa chica en paz" le dije. "¿Quién es este imbécil?" le preguntó a la chica "nadie te ha dado vela en este entierro" me dijo. "Será mejor que la dejes, no es de hombre asustar a las niñas". Soltó el brazo de la chica y se volvió hacia mí. "No te había visto nunca por aquí" me dijo. "Será que te fijas poco" le respondí. Entonces metió una mano en el bolsillo de la gabardina y sacó una navaja, que abrió con un estilo más propio de una película de niñatos que de un auténtico experto. "No quiero líos" le advertí. Empezó a acercárseme despacio, seguro de sí mismo. Entonces agarré uno de los taburetes, lo levanté en el aire y salí corriendo hacia él. No se lo esperaba. Retrocedió, se tropezó con una silla y se cayó al suelo trastabillándose. No podía dejar pasar la oportunidad, si no le daba fuerte pensaría que iba de farol y se reharía, con la ventaja además de que llevaba un arma. Estrellé el taburete contra él con la misma fuerza con la que se clava una azada en un campo reseco, como se aplasta a una cucaracha. La chica gritó y una mancha de sangre empezó a extenderse por debajo del cuerpo de aquel tipo. "Lo has matado" gritó. "¿Es que no sabes quién es?" Evidentemente no lo sabía, pero por el pánico de la chica empezaba a ver que me había metido en un buen lío. "Te matarán" me dijo. "No, nos matarán a los dos" le dije. "A mí no me metas en esto" dijo mirando a otra parte. "Sea quien sea sabrá que lo has visto todo, que me reconocerías si me vieras. Así que también te querrán a tí ¿verdad?" Ella dudo un instante. "Mierda, mierda, mierda... no puedo meterme en líos. No ahora que estoy a punto de conseguir los papeles". Me miró mientras cogía su abrigo. "Me voy. Apáñatelas tú con la poli o con quien sea". Salió por la puerta corriendo. El tipo se movía todavía. No estaba muerto. Salí del bar. Quería llegar hasta mi coche y abandonar la ciudad cuanto antes. Entonces fue cuando la ví a ella, pasaba conduciendo un coche rojo. Maldita zorra, no se había ido de la ciudad, le había dicho al viejo aquello para despistarme. Claro, pensó que no perdería el tiempo en buscarla justamente donde había dicho que no estaría. Pero el azar... maldito azar. ¿Cuántos habitantes tendría aquella ciudad? ¿Cien mil? ¿Doscientos mil? ¿medio millón? y justamente tenía que pasar ella delante de mí. Si hay un dios, es retorcidamente cabrón.

domingo, 24 de febrero de 2008

¿Qué es mejor? ¿soñar o no soñar?

Desde aquel día no he vuelto a soñar, o por lo menos, he dejado de acordarme de lo que sueño; y eso ha sido una bendición porque hubo días en que lo vivido por la noche me perseguía durante el resto de las horas del día, tratando de atraparme en una red de preguntas sin respuesta. Caí en una profunda paz, una estúpida y alienante paz. El bicho dejó de gritar tan fuerte pero me costaba vivir con todos los sentidos, como si de los cinco uno, alternativamente, dejara de funcionar y el mundo lo percibiera con una merma. Concluí que hay bendiciones que llevan asociada una maldición silenciosa o que, tal vez, vivir alerta conlleva pagar el precio de cuestionarse siempre, de habitar en un país sin leyes ni fronteras. Supongo que llega un día en el que tienes que elegir una de las dos opciones: o vivir al ochenta por ciento o asumir que vives en un mundo cubierto de cristales rotos con los que, tarde o temprano, te acabarás cortando.

jueves, 21 de febrero de 2008

Cerca del suelo


Alas rotas, sinceras, sentidas. Alas que no te llevan a ninguna parte, que te anclan a un suelo feo y sucio. Tiempo cercado de jaulas infinitas, de una jaula a otra y de aquella a ésta y así siempre, como vivir en una ciudad invisible sin calles ni ascensores, sólo puertas. Y ella con un delantal puesto y una vida feliz con niños corriendo por el jardín una tarde de verano... el césped recién cortado a la espera del marido que vuelve de la oficina, gris como la fotocopia de un cielo sin nubes y que sólo espera que el hogar sea apacible... y no buscará el fulgor salvaje en los ojos de ella que abrirá la nevera y le traerá una coca-cola fría y le preguntará qué tal en el trabajo. "Bien, Damian se lastimó con la grapadora, le cosieron por los mismos agujeros que dejó la grapa". Y ella volverá a la cocina y sacará la tarta del horno y la dejará enfriándose en la ventana y tal vez mirará la puesta del sol que es como un fuego y no gris como el granito de la encimera. Y se apoyará en la puerta de la cocina y lo mirará sentado en el sillón sin que él tenga la conciencia de que es observado. Y entonces hablará la esfinge dentro de ella... unos tienen bicho y otros esfinge... ellos eligen... y le dirá que qué bueno haber encontrado la calma y qué aburrida la calma y se dirá que lo otro era mejor, que lo otro era vivir y esto otro es en realidad como flotar en el mar. Y se despertará en ella el despertar y en sus ojos arderán millones de puestas de millones de soles y se irá hacia él y le arrancará la camisa y tirará la coca-cola al suelo, y el pobre imbécil creerá que él despierta ese fuego y dormirá por la noche satisfecho de sí mismo junto a ella, que insomne, y abrumada por la voz de la esfinge, llora en silencio su mala suerte.
Desperté en medio de la noche y supe que ella en algún lugar también estaba despierta y pensando en mí. Estaba seguro que en cualquier momento sonaría el teléfono y me diría "ven a buscarme". Pero no sonó. No pude volver a dormir; me prometí que no volvería a soñar.

Un mundo mejor


Por las noches temblaba en una cama de hielo, me despertaba y solía sentarme a escribir en un cuaderno naranja acerca de ella. Mi vida... mi vida se iba por el retrete y yo no dejaba de pensar en ella. Sobre qué estaría haciendo en ese instante, qué pensaría de mí o mejor dicho, de si pensaría alguna vez en mí. Sabía que sí, que a poco que recordase el pasado estaría yo en un segundo plano, siempre yo, como una sombra, como un jodido ángel de la guarda que no se quiere ni se cree necesitar. Bien, ella recordaría y yo viajaría con ella hacia algún lugar en los rincones de su olvido, como un buzo bajaría a las profundidades en busca de mujeres-pez que me ahogarían irremediablemente. Ella... ella querrá olvidarme y no podrá, pero no como a esos amores fatales que es mejor borrar para que dejen de hacer daño sino como a esos errores fatales por los que sentimos vergüenza de haber cometido por ser demasiado jóvenes o demasiado ingenuos. Sin embargo, yo... maldita sea, nunca podré dejar de quererla.
Nunca tuve la sensación de soledad como la tengo ahora. Siempre tuve la multitud de la puerta de la discoteca, el ir y el venir de gente que entraba y salía. Siempre tuve un compañero en la puerta y alguien que quisiera entrenar conmigo en el gimnasio. "Si quieres hacerte fuerte entrena con el mastodonte, está loco, levanta la mitad del peso con los músculos y la otra mitad con la rabia que lleva dentro" decían. Era una bestia... hasta que la conocí.
Ahora estoy solo y es lo que quiero. Ahora es mucho peor que antes. Ahora es mucho mejor que antes. Ahora lloro por las noches y hablo cara a cara con el bicho con los pies colgando de la ventana. Pero no bebo. Ahora entiendo que beber es de cobardes, sólo es dar al bicho lo que él quiere. Es mucho peor mirarle a los ojos y saber que él es mucho más fuerte y que cuanto más te cansas tú más fuerte se hace él, es saber que él siempre estará allí y que llegará el día en el que tendrás que rendirte, que le suplicarás que se calle y entonces... entonces lo habrás perdido todo de nuevo. Cuando llegas a la conclusión de que él siempre ganará entonces ya ha ganado y no tiene sentido seguir luchando.
Eran las siete de la tarde y yo ya había comprendido. Me senté en un taburete frente a la barra de un bar del barrio viejo. Pedí una copa y me la quedé mirando durante un buen rato. Estaba cogiendo el vaso cuando entró por la puerta y por el rabillo del ojo vi que buscaba a alguien. Me vió enseguida y, con la precaución que tienen aquellos que son conscientes de que puede pasar cualquier cosa cuando te diriges a un loco, se acercó. Dejé el vaso en la barra, sin haber probado una gota. "Hola grandullón" me dijo. "Hola Cris".

Tenía catorce años y los ojos de su madre. Hubiese querido darle un gran abrazo, revolverle el pelo, hacerle sonreír... me alegraba tanto de verlo... sin embargo me quedé quieto, serio, tratándole de hacer entender que era una molestia." ¿Qué haces aquí? No es un lugar para un chico de tu edad" le dije. "¿Te has escapado?" le pregunté. Sabía que no se había escapado, no era un chico de esos. Seguro que le habría dicho alguna mentira a su madre de acogida para que estuviese tranquila y habría bajado al barrio viejo a buscarme. No le sería difícil encontrarme. Sólo tendría que describirme. "Un tipo brutal, así de alto y así de ancho". Y allí estaba, de pie, a mi lado. "No quiero vivir más con esa gente" me dijo. "¿Qué pasa? ¿te pegan?" pregunté. "No, es sólo que era más feliz contigo y con mamá. Os echo de menos". "Los servicios sociales no lo permitirán, Cris. Es por tu bien. Le quitaron la custodia a tu madre y no se la devolverán. Además, le romperías el corazón a esa pobre gente que te quieren como a un hijo. Ya hace cinco años que estás con ellos". "Quiero ver a mi madre. Díme dónde está" me dijo. "No sé dónde está, Cris". "Pues entonces, ayúdame a buscarla". Ví en sus ojos la determinación que provoca una desesperación enorme, ví en el fondo de sus ojos a un bicho que quería el alma de mi Cris, de mi niño Cris, vi las noches de soledad y el vivir en una casa extraña con seres extraños y mediocres. Ví que le amenazaba una futura vida sin sentido de la que sólo le salvaría el amor de su madre. Un amor esquivo, un amor tirano, un amor en el que él daría mucho más de lo que recibiría a cambio pero, al mismo tiempo, lo único auténtico que podría tener en la vida. Salvar a su madre, eso es lo que quería Cris. Un buen chico, mi niño ya no tan niño. ¿Se acordaría de los buenos ratos que pasamos juntos? "Salgamos de aquí". Y salimos. El camarero me dijo que le tenía que pagar la copa. "Si ni la he tocado" le dije. "Pero tendré que tirarla". Le pagué y salimos a la calle. Oscurecía. "¿Cómo vas a volver a casa?" "Como he venido, en el autobús". No sabía qué hacer ni qué decirle después de cinco años sin verle. La última vez que lo hice se lo llevaban los servicios sociales mientras a mí me esposaban entre cinco o seis polis y me metían en un coche patrulla. "Está bien, haré averiguaciones. No vive en aquí, se fue a otra ciudad. Le prometí que no volveríamos a vernos, así que yo no entro en el trato". Le acompañé hasta la parada de autobús cuando justamente llegaba el suyo. Me dio un abrazo rápido y subió al autobús. "No vuelvas a bajar solo a este barrio. Cuando sepa algo te buscaré yo a tí" le dije. Me dijo adiós tras los cristales con una sonrisa franca en su cara. Un buen chico, mi niño ya no tan niño; mi pequeño Cris.

martes, 19 de febrero de 2008

Empezar de nuevo (de nuevo)

Regresé a la ciudad. Mi ciudad. La ciudad en la que la conocí y en la que cada esquina guarda un pedazo de ella. Busqué un trabajo y una habitación barata con derecho a cocina en el barrio viejo, donde crecí y aprendí que golpear a los otros calma al bicho y al mismo tiempo, hace que te respeten. Volví y busqué un trabajo de día, un almacén de vívieres a las afueras: ocho horas, catorce pagas de miseria y la satisfacción de volver a la habitación molido y cabizbajo para caer rendido en la cama hasta la hora de que suene otra vez el despertador. No volví a beber. Supe mantenerme sobrio porque sabía que bebería sólo para olvidarla, para calmar al bicho rabioso que me diría que soy un fracasado. Beber serviría para mitigar el sufrimiento que era estar sin ella y yo quería estar despierto. Sí, despierto, lo suficientemente vivo como para poder escuchar al bicho gritar bien fuerte, lo bastante como para llorar de rabia por las noches.
El encargado me cogió manía. "¡Eh, grandullón! me decía. "Mastodonte, ben aquí". "¿Es que no sabes hablar?" Me provocaba y no sabía que estaba jugando con algo muy peligroso. Un día lo agarré a solas entre las estanterías y lo levanté dos palmos del suelo. No le dije nada. Le miré a los ojos y vio algo que pocos hombres han vivido para contarlo. Vio el abismo y la noche que se abría ante él y durante unos instantes supo lo que era estar muerto. Luego lo bajé de nuevo al suelo y lo dejé pululando por los pasillos con un mirar alucinado mientras yo ordenaba unas cajas. Nadie me dijo nada. Desde aquel día ni tan siquiera se me acercaba, le decía a otro lo que yo debía hacer durante mi jornada. Por supuesto acabaron despidiéndome por bajo rendimiento. El director me llamó al despacho y me dijo que no era nada personal, que simplemente habían hecho números. También me dijo que mi encargado había dado una buena puntuación de mí pero que no podía agradecérselo porque al enterarse de mi despido había caído en una profunda depresión y se había tenido que ir a casa. "Se nota que le apreciaba" me dijo el director general.

viernes, 15 de febrero de 2008

Del todo a la nada



Nos levantamos a las once. Hacía mucho tiempo que no me quedaba en la cama después de despertarme, siempre hay algún asunto esperándome, algo que no tiene la delicadeza de dejarlo para otro día. Pero hoy... hoy estoy en la cama con ella, la claridad del sol lo inunda todo, hay silencio, el tiempo se ha detenido y no voy a ser yo quien lo ponga en marcha. Estaría así siempre. Ella también está despierta, no le puedo ver la cara pero lo intuyo. Está de espaldas a mí y no se mueve. No sabe que yo sé que está despierta porque cuando duerme su cuerpo es un remanso y cuando finge que duerme algo se tensa dentro de ella, un pensamiento, un no sé qué. Así que sé que está despierta y está pensando en algo, algo que no quiere que vean mis ojos o que intuya mi alma. He pasado años tratando de entender ese lenguaje que tiene sus silencios. Y al final, los he ido entendiendo, esta vez es como aquella en la que nos fuimos a vivir al campo, ella, Cris y yo. Pero también es como aquella otra que se fue a vivir con aquel tipo estirado dejándome sin previo aviso y como cuando dejó, durante una temporada, de ir a ciertos garitos a ciertas horas. Estoy seguro de que quiere empezar de nuevo. Sí, de lo que no estoy tan seguro es de si esta vez querrá que yo le acompañe. Empezar de nuevo. Daría mi mano derecha por empezar de nuevo en un nuevo lugar, con ella, para siempre. Un pisito, quizá una casita, un trabajo en el que no tenga que romperle los huesos a nadie, una vida normal, sí, con pastel de manzana enfriándose en el quicio de la ventana, con beso de bienvenida al llegar a casa, con un sofá y una tele y un cuarto para las herramientas y el bricolage del domingo, una vida sana en un mundo casi feliz. Siempre he querido algo así, siempre, desde que era niño y mi padre pegaba casi todos los días a mi madre y yo, desde la habitación, cuando todo se acababa, le rezaba al niño Jesús para que pudiéramos irnos ella y yo a vivir los dos lejos de la bestia. Luego me fui haciendo mayor y empecé a meterme en líos. Pobre madre, yo era lo único que tenía y le fallé también, no supe salvarla cuando pude. No pude darle ni un sólo momento de felicidad, nunca le ví reír, nunca pude ver en ella un sólo instante de agradecimiento a la vida. Lo siento, madre.
Ella se da la vuelta e inicia una pequeña obra en la que interpreta a alguien que se despierta y se alegra de verme. "Buenos días, cariño" dice con voz nasal. Yo le sonrío, probablemente con una expresión estúpida en mi cara. Despeinada y con los ojos hinchados por el sueño me devuelve la sonrisa. Así deben de esperarte los ángeles cuando te mueres y vas al cielo. Su cuerpo tibio busca el mío y se acurruca en un gesto inocente que agradezco desde tan adentro que estoy seguro que nunca antes había sentido tanta gratitud hacia algo tan pequeño. Tiene la cabeza en mi pecho, así no puedo mirarle a los ojos, esto no me gusta, una alarma se enciende. Mi corazón palpita con más fuerza y ella lo percibe. Se da cuenta de que yo ya lo intuyo y empieza a hablarme sin mirarme a los ojos, allí, en las profundidades de mi alma, me dice que está cansada de huír, que ya no quiere seguir con la mala vida, que buscará un trabajo, se buscará un apartamento de alquiler, que dejará de salir sola y de noche, que tratará de empezar una nueva vida... en la que no quiere nada del pasado. Mi corazón se paraliza. Está bien, fracasado, ahora sí que es el fin, sabes que esta vez es la definitiva, que cuando te despidas esta vez de ella se la tragará la tierra. A ella, a Cris, a la posibilidad de ser un hombre normal con una vida común. Ahora sí que sabes lo que es estar muerto, lo que es no tener esperanza. Tu esperanza era ella, que ella te quisiera lo suficiente como para poder empezar algo juntos. Está bien, fracasado, sabes que cuando os despidáis ella tirará tu número de teléfono y no te buscará ya nunca más. Lo sabes, porque su cuerpo respira una paz que nunca antes le habías notado. Esa debe de ser la paz que después de muchos años y muchas equivocaciones acaba uno teniendo consigo mismo. Tú eso nunca lo sabrás y la envidias por eso. La envidias y la admiras. "Está bien, princesa. Cogeremos el coche y te dejaré donde tú digas" le digo.
Horas más tarde, dentro del coche, me da un beso y se baja en una esquina de una calle del centro de una ciudad con anchas aceras y muchos árboles. Y la veo alejarse. Su cuerpo menudo se pierde entre la gente. Pensé que esta vez sí y fue que esta vez nunca más, mala suerte. No recuerdo una vez en la que me haya sentido tan derrotado. Me pongo a llorar. Nunca antes lo había hecho que yo recuerde, ni cuando era un niño. La gente que pasa por la calle mi mira de reojo. Nadie me dice nada. Me miro en el retrovisor y veo a alguien al que ya no le queda nada, ni tan siquiera la esperanza de morir por ella.

domingo, 10 de febrero de 2008

Y entonces...

Y entonces ella se despierta y me mira con ojos asombrados y hambrientos. Y entonces sé que hoy es uno de esos primeros días del resto de mi vida, porque ya no puedo más y porque ella no puede más. Nos deslizamos hacia abajo y nos cubrimos con las sábanas. Volvemos a ser dos niños. Volvemos a no tener pasado, sólo presente, sólo ella y yo. Ya no más mala vida, ya no más recaídas, ya sólo ella y yo y el mundo por delante.

Ahora que ella ya no me importa


Sé que no estaré tan mal en el infierno, sé que allí el bicho se sentirá a gusto y guardo la esperanza de que me deje en paz de una vez. Entonces estaré más tranquilo, quiero decir que sin el bicho hablándome desde dentro todo será más fácil y por fin, podré ser yo y no su siervo. Si eso quiere decir que ahora llevo dentro algo peor que el infierno, sí, es justamente lo que quería decir. El bicho me grita todos los días, cada vez más fuerte, cada vez más furioso, sufre y quiere su medicina. Quiere sangre, quiere alcohol, quiere que salte por la ventana de una vez por todas. Está bien, bicho, esta vez no te saldrás con la tuya, esta vez no. Por eso está ella aquí ¿no? para confundirme. Con ella al lado soy más débil, soy lo que ella quiere que sea, soy no: era. Era lo que ella quería que fuese. Ahora todo es distinto. Esta vez la miro y veo a una fiera derrotada, ya no es el animal salvaje que me atrapó, sus ojos felinos son los de un animal viejo, cansados, el paso del tiempo, mi niña; es el paso del tiempo lo que te ha ido ajando el alma. No se es joven eternamente, tú engañas a los años con esa piel de melocotón, con ese exceso de colágeno en tu cuerpo, bendita enfermedad que muchas quisieran tener, no envejecer jamás. Sin embargo, tu alma sí va envejeciendo, tu mirada ha ido envejeciendo, te has convertido en una vieja resentida en un cuerpo que enloquece a cualquiera. ¿Qué edad tienes? Podrías pasar por una veinteañera tardía pero no te engañes, tienes la edad de todas las noches, de todos las desilusiones, tienes la edad de donde ya no se vuelve. Has dejado de ser mi niña, ya sólo eres una vieja amiga. Una amiga de quien no te puedes fiar. ¿Dónde te perdiste? ¿Dónde se te olvidó aquel brillo en los ojos? Esta vez se acabó.
El bicho se calma por momentos. Le conozco, está cogiendo fuerzas para gritar más alto. Ahora que lo sé le espero sabiéndome capaz de aguantar sus acometidas. Bien, ahora es entre él y yo, ahora que ella ya no me importa todo es más fácil. Ahora que ya no bebo encuentro cierta calma y cierto aplomo. Puedo aguantar al bicho. Ven, te estoy esperando.
Ella duerme abrazada a mí, ella tiembla de vez en cuando, debe estar soñando y lo que sueña le perturba. A veces la he visto llorar mientras dormía, no sé qué mala pasada le debe jugar el monstruo invisible que duerme todas las noches junto a ella. De pronto le oigo decir "Cris" y entonces lo comprendo todo. Y Cris se pierde en un murmullo de palabras inconexas, Cris se va en uno de esos sueños en los que persigues a alguien a quien nunca llegas a alcanzar. Cris, Cris, ¿dónde estarás? ¿Llegarás a acordarte de tu madre? ¿Y de mí? ¿Te acordarás del grandullón que te llevaba al parque cuando eras un renacuajo? En cualquier caso ahora tendrás una vida mejor de la que te hubiera dado ella o de la que te hubiera podido dar yo en caso que hubiéramos seguido juntos. Aquello no podía funcionar. Nunca sabrás lo que sentía cuando me cogías la mano para cruzar la calle, cuando te asustaba algo, o cuando sin venir a cuento, me la cogías sin más. Aprendimos a caminar juntos ¿recuerdas? Luego llegaron los servicios sociales... quizá fue lo mejor para tí pero no para nosotros. Nos quedamos huérfanos de tí, pequeño. Y entonces... entonces se desplomó todo. Ahora tendrás doce años y vivirás con una familia e irás al colegio y sacarás buenas notas. Eras de esos niños que sabes que cuando crezcan serán responsables. Eras de esos niños que acaban responsabilizándose de unos padres incapaces de hacer algo bueno con sus vidas. "Cris" repite ella. Yo abrazo su cuerpo desnudo, está fría. Maldito mundo, maldita mala vida, podríamos haber sido una familia. El bicho empieza con su ataque demoledor. Me dice que hay una botella de bourbon en la cocina. Aguanto. Ella está fría y trato de darle calor. Ese abrazo... ese abrazo me salva la vida. Me salva de mí mismo. Ahora que ella ya no me importa, quizá empieza a importarme de veras.

domingo, 3 de febrero de 2008

Volvió e hicimos el amor


Regresó a los dos días. La verdad, no me lo esperaba. Sin embargo ella sí parecía esperar encontrarme en la habitación del motel. Entró como si sólo hubiera salido unas horas, con cierta naturalidad artificiosa. Ambos sabíamos que había querido irse y dejarme colgado sin coche, sin dinero y con la imposibilidad de volver a mi casa, detrás de la frontera. Por tanto, los dos sabíamos que algo había ido mal en su huída y había vuelto de acuerdo con un plan B que no tenía previsto cuando se fue dejándome en el motel. Me miró desde la puerta tratando de averiguar qué grado de enfado tenía. Por suerte, no suelo dejar cosas al azar, sabía que si me mostraba violento ella saldría corriendo así que no hice ningún ademán de acercarme a ella. Ella tenía las llaves del coche, sabía donde estaba el coche. En ese tipo de cosas era muy lista. Estaba acostumbrada a tener cosas que otros querían y sabía jugar con ello. Aún así dudaba en si acercarse o no. Lo que no sabía era que, a pesar de todo, no iba a hacerle nada, es más, ¿y por qué no decirlo? que hasta me alegraba de verla. Quizá más que alegrarme lo que sentí fue cierto alivio. Ya no estaba solo, sin coche, sin dinero, en un lugar peligroso y casi desconocido para mí. Ahora ella estaba conmigo y con ella tal vez volvieran el coche y la posibilidad de volver a casa. Tal vez, incluso, simularíamos que nos alegrábamos tanto de vernos que nos daríamos un abrazo, nos buscaríamos los labios y los cuerpos... quizá. Lo cierto es que, si hubiera sido un perro, habría meneado el rabo. Pero sólo le dije que me había preocupado, que no eran calles para un chica como ella. Ella sólo respondió enfadada: "Me gustaría que empezaras a verme cómo soy y no como te imaginas que debería ser".
Llegó con unas bolsas de supermercado, de esas de papel, traía comida y cigarrillos. En el fondo de una de las bolsas había una botella de bourbon. "Por los viejos tiempos" dijo. "Lo he dejado, ya lo sabes" dije. "¿Dejarás que beba yo sola? Sabes que no me gusta beber sola". Era cierto, no le gustaba beber sola. ¿Significaba eso que si no bebía conmigo se iría a beber con otro? "Ya veremos" dije tratando de ganar tiempo.
Nos besamos e hicimos el amor (o algo que se le parecía tanto que si no lo era ninguno de los dos se atrevió a decirlo). Hasta ese momento (es decir, hasta que la besé) no me había dado cuenta de que estaba temblando. Un rato después, tumbado boca arriba en la cama pensé que tal vez sólo quería que la abrazara, sentirse a salvo. Siempre había intuido que muchas mujeres se entregaban a juegos de cama por sentirse abrazadas. Era algo que había ido averiguando con el paso de los años y, tal vez debería decirlo, con el paso de decenas de chicas por mi cama. La noche es un lugar donde se encuentran toda clase de gente, también cientos de chicas que no saben hacia donde van. Para un habitante de la noche, como yo lo fui, no era un problema acoger ciertas almas perdidas, caerles simpático, hacerse el simpático... llevarlas a mi casa. ¿Qué no está bien? Ya dije que yo no era un buen tipo y nunca he querido parecer serlo. Al final, toda maldad siempre se paga, siempre acaba uno recibiendo su merecido, siempre le cae a uno una maldición, una condena. Y ella fue mi castigo, estoy convencido. Un castigo que me merecía y del que estaba orgulloso.
Tumbado en la cama boca arriba lo supe, lo sabía antes de que nos enzarzáramos en una pelea de besos. Ella quería lo que hay antes y después del deseo, quería que la quisieran y quería que le llamaran princesa, quería que la llevaran en volandas a un lugar en el que la querrían. Yo también necesitaba saber que no estaba solo, que ella estaba allí conmigo, quería que volvieran los buenos tiempos. Fue como un simulacro de incendios: todo indicaba que en algún lugar había fuego pero no se vio llama alguna por ninguna parte. No le pregunté qué le había pasado ni dónde había estado. Sólo hicimos el amor y dormimos abrazados. A veces no debería haber nada más que eso. Pero lo hay. Ella tuvo pesadillas y se despertó varias veces asustada y tranquilizándose sólo al comprobar que estaba en la misma habitación de motel en la que horas antes había me había encontrado a mí esperándola. Y yo estuve atento a los ruidos que venían de afuera, donde todos los gatos son pardos y rebuscan entre los cubos de basura esperando encontrar algo que llevarse a la boca o, simplemente, algo mágico que les cambie la suerte. Todos buscamos algo maravilloso, algo que nos libre de la certeza de que estamos realmente solos. Todos nos pasamos la vida buscando dejar de buscar.